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Historias: De Pie / Autor Fernando R. Dorantes Trujano

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De Pie / Autor Fernando R. Dorantes Trujano 18 Sep 2001
De Pié En el momento en que yo llegaba al aeropuerto de la ciudad de Mazatlán, Sinaloa, vi como el enorme avión, procedente de la Ciudad de México, iba aterrizando y no me imaginé la sorpresa que me esperaba. En ese vuelo venía un nuevo grupo de ansiosos Misioneros, dispuestos a proclamar el Evangelio a todo el que se encontraran en su camino. Después de estacionar la camioneta me dirigí hacia la puerta por donde aparecieron nuestros nuevos compañeros, un puñado de alegres jóvenes que caminaban por el pasillo principal entonando el conocido himno misional. “Somos hoy llamados a las filas…”. Todos las demás personas que transitaban por las instalaciones les veían como cosas raras, ya que la mayoría de las personas que frecuentan esos lugares siempre lo hacen vestido con ropa de clima tropical y estos jóvenes hasta corbata puesta traían. Los nuevos embajadores de Jesucristo, impregnados por el gran espíritu misional adquirido en el Centro de Capacitación Misional, no dejaban pasar la oportunidad de hacer saber a todo el Mundo que eran, a mucha honra, “Misioneros Mormones”. Caminaban deprisa, muy animados y con la mirada alegre, con sus trajes nuevos, los zapatos brillosos y, en sus impecables camisas blancas, todos mostraban con orgullo el gafete que los identificaba como tales. La bienvenida estuvo llena de fuertes y efusivos abrazos y ya integrados al grupo nos dirigimos a recoger sus equipajes. La Misión México Mazatlán estaba localizada en ese entonces, en el Estado de Sinaloa y comprendía también los Estados de Nayarit y Baja California Sur. La mayor parte del año hace mucho calor y siendo que hay hermosas playas, la afluencia de turismo es constante. A diferencia de los turistas, que viajan solo con apenas una maleta con lo necesario para unas cortas vacaciones, los Misioneros siempre traen enormes bultos y grandes maletas conteniendo hasta lo inimaginable, aunque siempre se les indique que cosas deben traer. Al cabo de unos meses o empiezan a regalar todo los que les sobra o lo mandan de regreso para sus casas. Igual que siempre, la banda que transportaba los equipajes trajo las maletas de los Misioneros y las maletitas de los turistas, cada uno tomo sus pertenencias y solo quedaron un par de enormes maletas; pregunté que si todos ya tenían sus cosas y en coro contestaron que sí, así que volví a preguntar: --¿De quién son esas maletas? El que estaba junto de mí contestó: -- Pues han de ser de Élder Alcantar… Busque entre el grupo y pregunté: --¿Quién es Élder Alcantar? El mismo Misionero me indicó: - Allá viene Presidente…, al final del pasillo Confundido por esa situación, pensando que un Misionero nunca debe andar solo, volteé hacia donde me señalaba. No podía creer lo que estaba viendo, por el pasillo venía Élder Alcantar acompañado de una alegre y hermosa azafata, sus rostros mostraban una gran sonrisa y Él no dejaba de verla; ella parecía divertida por los comentarios que venía haciéndole el Misionero y animosa empujaba la silla de ruedas en la que él venía sentado. -¿Qué? –exclamé atónito, sorprendido por la condición del Misionero- Nadie me había informado que era discapacitado, y menos que tuviera que moverse ayudado por una silla de ruedas. De inmediato varias preguntas vinieron a mi mente: “¿Dónde lo voy a tener?" ¿Qué compañero le voy a asignar? ¿Qué voy a hacer con Él? ¿Porqué no me avisaron antes de enviarlo…? Un poco consternado avancé a su encuentro; al acercarme su amplia y sincera sonrisa me inundó en un instante, y sin más me extendió su tullido brazo derecho, y como los demás de sus compañeros quiso abrazarme; me incliné, invadido de sentimientos confusos, su abrazo, o mejor dicho, su medio abrazo, fue cálido y abierto, y siguiendo el ritual de siempre me preguntó: -¿Sabe una cosa Presidente? -¿Qué cosa?, Contesté siguiendo la costumbre - Le amo mucho… Suspiré profundamente, incapaz de hacer algo más y le dije ceremonioso: - Bienvenido a la mejor Misión del Mundo, su presencia será, para muchos, una fuente de inspiración. Pusimos los equipajes en el vehículo de mis asistentes y nos dirigimos a las oficinas de la Misión. En la entrevista de llegada me hizo saber que siendo más joven y muy inquieto, un día fue a nadar con unos amigos, corría y jugaba como todos ellos, se tiró al agua clavándose verticalmente; como la alberca no era muy profunda, choco contra el fondo y del impacto prácticamente se le pulverizaron dos vértebras cercanas al cuello, sintió un fuerte dolor y al tratar de llegar a la superficie extendiendo las manos y las piernas, sintió unos fuertes calambres en ambas extremidades y quedo paralizado y no pudo moverlos más. Pasó muchos meses tirado en la cama, decepcionado de la vida, no podía aceptar su estado paralizado, no era justo, su vida estaba acabada… En un principio los médicos trataron de hacer “algo” para remediar la situación, pero al ver que su problema era “irreversible”, le descuidaron y su atención cada vez fue menos; sus amigos le visitaban frecuentemente, pero a los pocos días empezaron a ausentarse y después dejaron de ir, incluyendo a su linda novia que nunca más volvió a visitarle. Esta fue la peor época de su vida, deseaba morirse antes que vivir de esa manera, permanentemente tirado en una cama, atado a una dura silla, sin cambiar de lugar o posición, ni poderse mover a su antojo. Tiempo después conoció la Iglesia. En un principio, cuando comenzó a asistir a los servicios, se sentía incomodo, pero luego se dio cuenta que los Miembros lo aceptaban tal y como estaba; claro, ellos no le habían conocido “normal”, así que no les fue difícil aceptarlo en su silla de ruedas. Cierta vez alguien le sugirió irse como Misionero. En principio la idea le pareció imposible, pero luego, meditándolo, pensó que si él le dedicaba un tiempo de su vida a la obra Misional, Dios le estaría en deuda y a cambio podría pedirle su restablecimiento. Así que tomó la decisión de hacer una Misión de tiempo completo y se hicieron todos los arreglos para su llamamiento; Por eso estaba ahí, frente a mí en ese momento, cumpliendo con la parte que le correspondia del trato que hizo con Dios. Le serviría con dedicación y esmero y su gran Fe le aseguraba que Dios le sanaría. Me quedé muy impresionado por la humilde manera de ser del Élder Alcantar, la firmeza de su testimonio contrastaba con lo escuálido de su precario cuerpo, delgado hasta los huesos, pero con una mirada vivaz que daba alegría a su rostro. Al final de la entrevista declaró seguro: - Presidente Dorantes, aunque yo sé que no puedo mover mis piernas y que casi no puedo mover mis manos y mis brazos, no voy a ser una carga para usted ni para mis compañeros, he venido a servir y lo voy a hacer bien; le prometí a mi Padre Celestial que pondré todo mi esfuerzo y que pienso regresar caminando a mi casa y yo sé que Él me ama y me va a ayudar a lograrlo. No supe que decirle, lo observe por unos instantes y mi corazón se me llenó de un sentimiento de amor y compasión, no supe si debía confirmarle sus muy válidas esperanzas o hacerle ver la realidad, sin el maquillaje de los sueños inalcanzables; hacerle ver su condición desventajosa y real ante el reto Misional y enfrentarlo a los hechos como eran y que había que aceptarlos, no con resignación derrotista sino como una gran prueba llena de bendiciones. Sólo pude callar y después suspirar preocupado. Ahora el desafío también era para mí: Asignarle un buen compañero y el lugar apropiado. Al norte de la Misión hay una hermosa y limpia ciudad llamada Los Mochis, sus calles son amplias y planas, tiene poco tráfico vehicular y, a simple vista, sin mayores problemas para desplazarse con facilidad de un lugar a otro. Escogí a un buen compañero, rogando que fuera el más adecuado, y este lo recibió con agrado y entusiasmo. Los primeros días todo fue novedad, sus compañeros le admiraban, los miembros trataban de ayudarle con lo que más podían, su compañero sentía acentuar su estado de servicio y dedicación al pasarse todo el día empujando la silla de ruedas, los vecinos, y en general, las personas que los veían en la calle volteaban extrañados y la mayoría les saludaba al pasar. Sin embargo, no todo fue color de rosa, de una agradable aventura servicial, se paso a una realidad más cruda. Élder Alcantar necesitaba más ayuda de la que el mismo decía y podía proporcionarse; aunque se bañaba solo, había que cargarlo para meterlo al baño, preparar su ropa, es decir lavarla, y plancharla, ayudarle a terminar de vestirse, preparar sus alimentos, arreglar su cama y todo el cuarto y empujar la silla de ruedas bajo un ardiente sol de verano. Siendo que no podían usar el transporte público para ir a lugares alejados de su casa, caminaban en un sector cercano. Al llegar a casa de los investigadores muchas veces tenían que cargarlo para poder entrar con todo y la silla de ruedas, o bien, vivían en departamentos en un segundo o tercer piso; otras veces tenían que regresar apresurados a su casa para poder usar el sanitario, que Élder Alcantar necesitaba muy a menudo. Cuando llovía, en las calles se formaban enormes charcos que tenían que cruzar, llenando de lodo las llantas de la silla y los zapatos del compañero. Era muy frecuente que los perros les ladraran amenazantes y también obvio que no podían correr para ponerse a salvo, ambos se protegían con la silla y alguna vara que previamente habían recogido para tal propósito. En fin, a los pocos días la aventura agotó a todos y el problema se hizo patente. Casi un mes después, platiqué con ambos en su entrevista regular. Su compañero, en actitud humilde y reverente trataba de aceptar mis consejos de cómo ayudarle, pero, aunque él no me lo decía abiertamente, los dos sabíamos y sentíamos que, por dentro, estaba rogando por un cambio de compañero. Élder Alcantar también sufría al darse cuenta que las cosas no eran tan fáciles como las había pensado, era una terrible carga para su compañero. La idea de estar en la Misión era algo “bonito” pero en la realidad distaba mucho de serlo y hasta a veces era desagradable. Unas semanas después su compañero empezó a conseguir algunos jóvenes de su Barrio para dividirse con ellos, aunque más que nada lo hacía para librarse de Élder Alcantar y así poder enseñar a otros investigadores que vivían un poco más lejos de lo que normalmente iban. Por fin, al poco tiempo les concedí el cambio tan esperado y a Élder Alcantar le asigné otro compañero. Con el nuevo compañero sucedió lo mismo, la única diferencia es que esta vez fue más rápido el rechazo, vino más pronto de lo que me esperaba y por lógica fue aun más traumatizante. Una vez les visité sin haberles avisado previamente que iba a verles y cual fue mi sorpresa al encontrarme a Élder Alcantar solo y abandonado en su cuarto. Así que la situación fue más critica cada vez, en lugar de mejorarse, cada día se perdía más, su ánimo y confianza se fueron minando y su Fe en servir se estaba marchitando. Por muchos días rogué por inspiración y la solución no parecía llegar y la verdad, no entendía por qué. Pensé hablar con la Presidencia de Área para buscar un posible cambio de asignación, a otro lugar, donde fuera, que estuviera más adecuado a las circunstancias del Misionero; pero pronto me di cuenta de que en cualquier otro lugar sería lo mismo. Por otro lado, el tenerlo en las oficinas de la Misión no era tampoco muy conveniente, ya que estas se encontraban en un segundo piso, y no había alguna tarea que él pudiera desempeñar y que compensara su concepto de estar en el campo misional. el ponerlo hacer cualquier cosa “inventada” atentaría contra su propósito original. En cuanto a ponerlo en otra Área de la Misión era difícil ya que en muchos lados las calles tenían tierra, empinadas subidas y peligrosas bajadas. Así que todo se complicaba más. Consultando con algunos otros líderes de la Iglesia se me sugirió que, en casos como este, lo mejor era explicar al Departamento Misional el estado “enfermo” del Misionero y solicitar su relevo honorable por anticipado, y que lo más seguro es que ellos aprobarían el relevo y: “Problema Solucionado”. Hablé al departamento Misional y les indiqué el problema y les hice saber mi decisión y en menos de que lo cuento, se aprobó el relevo y se hicieron los arreglos para que Élder Alcantar pudiera regresar a su casa. En pocos días recibí los boletos de avión. Aunque ya estaba decidido y todos los arreglos hechos, aun no había yo hablado con el directamente afectado; sinceramente me sentía frustrado y muy confundido y más que nada temeroso y avergonzado por tener que comunicarle a Élder Alcantar la “buena” noticia. Sabía la reacción que iba a tener al ver finalizado prematuramente su sueño, de esa manera tan “honorable”. Sería el final de su Misión y la inconclución de su promesa. Parecería que la batalla hacía mucho tiempo que se había perdido. Lo único que faltaba era hablar con él y hacerle saber la fecha de su regreso. Esa época coincidió con la visita del Élder Mervin J. Hammon, para la tradicional gira por la Misión y suponiendo que él tenía más experiencia que yo en estos asuntos tan delicados con los Misioneros, le pedí que me ayudara a comunicarle su relevo. Siempre lo hacemos así, cuando ya no podemos con algo, buscamos alguien que lo haga por nosotros. Y Élder Hammon aceptó gustoso, como siempre lo hace. Después de visitar casi todas las áreas de la Misión, por fin llegamos a la zona donde estaba asignado Élder Alcantar. Tuvimos la Conferencia de Zona, que me pareció más corta que nunca y llego el momento de hablar con él. Élder Hammon y yo buscamos un pequeño salón y lo mandamos llamar. No había transcurrido mucho tiempo cuando escuchamos unos tímidos golpes en la puerta, al abrirla vimos al compañerismo, atados a la tormentosa silla de ruedas, uno sentado en ella y el otro empujándola; los hicimos pasar, su cara de preocupación contrastaba con la cara de súplica de su compañero. Todos guardamos silencio, yo no sabía como iniciar y los demás estaban expectantes. Élder Alcantar, consciente del momento, bajó su cabeza, como si estuviera orando o meditando, lleno sus pulmones de aire, levantó la mirada y nos enfrento: - Élder Hammon…, Presidente…, ya sé por qué me mandaron llamar, sé que para ustedes he sido una carga muy pesada y que las cosas no son fáciles para mí, pero antes de que digan algo, quiero que sepan esto: - su mirada se torno brillosa y su voz se le quebraba por la emoción – tal vez estoy amarrado a esta silla de ruedas, tal vez no pueda hacer muchas cosas que los misioneros normales hacen, pero no estoy enfermo, estoy tan sano como cualquier otro Misionero, estoy fuerte y sobre todo, con un inmenso deseo de servir a Dios; antes de venir a la Misión le prometí a nuestro Padre Celestial que haría todo lo que estuviera a mi alcance para hacer una Misión de tiempo completo, de dos años, y tengo que hacerlo, y haré todo mi esfuerzo para no ser más un estorbo… Solo ustedes pueden darme la oportunidad de cumplir con mi promesa, déjenme hacerlo, déjenme recibir las bendiciones que tanto necesito, déjenme mostrarles que puedo ser tan buen Misionero como lo que ustedes esperan. Guardó silencio y se nos miró suplicante. Élder Hammon me vio y yo estaba muy confuso, la fuerza con la que hizo su declaración y la Fe que demostraba, desarmaba cualquier argumento que le pudiéramos dar y la idea de comunicarle su relevo se desmoronó. No había nada más que decir, simplemente les abrazamos fuertemente, con el corazón desbordado de felicidad y olvidando todas nuestras angustias y… Élder Alcantar se quedó en la Misión hasta terminar sus dos años, como lo había prometido. Pero ahí no termina la historia; Las palabras y promesas se oyen muy bonitas y los buenos deseos con los días se volatizan; y Élder Alcantar seguía pegado a su silla de ruedas y su compañero empujándolo. Recordé lo que muchas veces yo mismo había predicado: Que las respuestas de los cielos no vienen a nosotros sólo con pedirlas, cuando nos topamos con barreras y obstáculos que nos parecen imposibles de superar, no con arrodillarnos y hacer una oración (por más humilde y sincera que sea), los problemas van a desaparecer; tenemos que luchar, esforzarnos y volver a luchar, y otra vez luchar, y sólo cuando ya no hay nada que hacer, (como nosotros suponemos), es cuando el milagro se realiza, es cuando la respuesta llega, pero, sólo hasta que nuestras rodillas están inflamadas y nuestras manos llenas de ampollas y sangre. Si oramos y no hacemos nada, nada va a suceder. Debemos enfrentarnos a los problemas, encararlos, frente a frente, buscar vencerlos, luchar y aumentar una y otra vez nuestro esfuerzo para resolverlos, en la medida en que se vaya requiriendo, hasta juntar la fuerza necesaria para vencer ese obstáculo en nuestro camino. Y así llego el momento en que nuestras plegarias fueron contestadas: Un día, al regresar de una gira por Baja California Sur, en el avión en el cual viajaba, encontré una revista, de esas que ponen en la bolsa del asiento de adelante; al abrirla, es sus páginas centrales a todo color, aparecía una singular bicicleta, más que bicicleta era un pequeño carro con pedales en lugar de motor, tipo carcacha, muy parecido al legendario modelo “T” de la Ford, con un asiento para dos personas, dos juegos de pedales, llantas más anchas que las de cualquier bicicleta y un techito con olanes a los lados, todo en color rojo y blanco y lo más sorprendente era el costo, apenas un poco más de lo que costaba una bicicleta de las llamadas de Montaña. Arranqué la hoja de la revista y agradecí en silencio la respuesta. Al llegar a la oficina de inmediato me puse en contacto con la empresa que lo vendía y en pocos días la bicicleta, mejor dicho, el “carrito” llegó a Mazatlán. Lo armamos, lo probamos, lo subimos al toldo de la camioneta y lo llevamos hasta la ciudad de Los Mochis, donde estaba Élder Alcantar. Era casi de noche cuando llegamos a la capilla donde encontraríamos a los Misioneros. Cuando Élder Alcantar vio su nuevo transporte su semblante cambió, de sorpresa a alegría, y de alegría a impaciencia; entre varios bajamos el “paquete” y lo pusimos frente a su nuevo dueño, otros Misioneros de inmediato quisieron probarlo y darse una vuelta, pero se les impidió,. Élder Alcantar tenía que estrenarlo, su compañero lo cargó, lo acomodó en el asiento y como dos niños con juguete nuevo, se dieron vueltas y vueltas en su nueva bicicleta. Antes de irnos al hotel, Élder Alcantar me llamó y entre reprimidas lágrimas logro decirme: Gracias Presidente, - Me abrazó conmovido y luego se puso muy serio y reflexivo. Entonces muy valiente y seguro anunció: - Nunca más voy a volver a usar esa silla de ruedas. Nos reímos sin comprender el alcance de su declaración y sin más nos despedimos quedando de vernos a la mañana siguiente. Muy temprano nos reunimos en la capilla con las dos zonas de Misioneros que trabajaban en esa ciudad. Como siempre, el inicio estuvo lleno de abrazos entre los Misioneros, muchos “chismes”, intercambio de fotografías y presunción de Bautismos de oro. Los que estuvieron con nosotros la noche anterior no dejaban de comentar sobre el transporte de Élder Alcantar y su compañero, Élder Hyatt, pero, ninguno de los dos aparecía, así que tuvimos que empezar la reunión sin ellos. Como siempre cantamos “Llamados a servir”, repetimos de memoria (en español e inglés), la sección 4 de Doctrina y Convenios, escuchamos un pensamiento espiritual y repasamos los puntos tratados en al última reunión. Élder Alcantar y Élder Hyatt no llegaban. Se instruyó sobre el Modelo de Compromiso así como su aplicación, se hicieron grupos para practicar y la pareja no llegaba. Como una hora más tarde escuché que la puerta de atrás del salón se abría, era Élder Hyatt, me levanté y le hice señas para que se acercara y le pregunté por su compañero. - Ahí viene –me dijo alegre, pero preocupado. – Viene caminando - ¿Qué? –pregunté queriendo dar crédito a lo que acababa de escuchar. - Viene caminando Presidente, insistió en que nos viniéramos en la bicicleta y quiere entrar caminando…, anoche, después de que llegamos a la casa, Élder Alcantar buscó el barandal de aluminio que casi nunca usaba, lo limpio y se puso a practicar con él, en la mañana no quiso que yo lo llevara al carrito e insistió en hacerlo el solo, sin la ayuda de nadie ni de la silla de ruedas, quiso hacerlo caminando. Y tratando de disculparse agregó: - Por eso llegamos un poco tarde. Me asomé hacía el pasillo y lo vi al final de este. Estaba parado, descansando del esfuerzo agotador que hacía, al verme reanudó su marcha. Con un movimiento, que me parecía muy difícil, se recargaba en su andador portátil, sus brazos, aunque incapacitados de los codos a las manos, eran fuertes hacia los hombros, sus manos rígidas y sus dedos siempre doblados, como normalmente los tiene un bebé recién nacido, le permitían “sujetar” su andador, entonces empujándose hacia arriba lograba desprenderse unos milímetros del piso, aventaba su cuerpo hacia delante y al mover su cadera la giraba un poco y en un movimiento supremo, arrastraba con mucha dificultad un pié hasta colocarlo a la altura de su cuerpo, entonces, aventando su cadera hacia atrás la trababa y con un giro rápido, haciendo un increíble equilibrio con ese pié, alzaba el andador y lo recorría unos cuantos centímetros adelante, volvía a empujarse hacia arriba con sus brazos tensos y repetía la misma operación, ahora con el otro pié. Lento, muy lento, Paso por paso, Quise correr y ayudarle, pero me detuve, no podía frustrar su idea su intento y su esfuerzo. Espere con impaciencia, tratando de concentrarme en la capacitación que se estaba desarrollando. A lo lejos se escuchaba: Crack… Crack… Crack… Tardó en llegar como 15 eternos minutos, entró por la puerta trasera del salón, el Misionero que conducía esa sesión de capacitación trató de mantener la atención del grupo hablando más fuerte, algunos empezaron a voltear al escuchar el ruido que producía el golpeteo del barandal. Élder Alcantar siguió avanzando lentamente, alzaba, empujaba arrastraba respiraba; Crack… Crack… Alzaba, empujaba arrastraba, respiraba; En su rostro se dejaba ver el gran esfuerzo que estaba haciendo, las mejillas rojas rojas, el sudor en su frente, sus ojos, casi fuera de sí, mostraban su invariable determinación. “Aquí estoy”, parecía decir con cada movimiento; “prometí caminar y lo estoy haciendo”; Era la representación misma de un milagro, una fe convertida en realidad, no un sueño a diario olvidado inútilmente en las profundidades de la frustración y la derrota, sino un milagro construido con esperanza, ánimo, esfuerzo y más esfuerzo. Conforme avanzaba su apariencia se fue transformando, casi reía de angustia y lloraba de felicidad, algunos otros Élderes y Misioneras empezaron a verlo, impactados, impávidos por lo que estaban presenciando. Paso a paso, triunfal y enorme, se fue acercando, Callados, sufríamos y gozábamos con él; y luego, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, todo el grupo se puso de pie, él jalaba y jalaba, ahora con más ímpetu, con todo su ser y con todas las fuerzas que su escuálido cuerpo le permitía, nunca había visto tal y tanta determinación. Hizo una pausa y dijo con voz entrecortada, tanto por el esfuerzo como por la emoción: - Perdón por haber llegado un poco tarde… Sin decir más empezamos a aplaudir, frenéticos, algunos sin querer empezaron a llorar y entonces aplaudían más fuerte, otros con gritos le animaban: ¡Vamos, Vamos…! Y él jalaba y jalaba y empujaba y quería sonreír. Algunos simplemente se voltearon hacia otro lado para esconder sus mejillas mojadas de lágrimas. Cuando por fin llegó hasta donde terminaban las sillas dijo: - ¿Puedo sentarme? No lo dejamos hacerlo, lo rodeamos y lo abrazamos, sus compañeros le golpeaban con suavidad la espalda, algunos querían cargarlo, otros sacarse fotos con él, otros nada más lo admiraban, impávidos tratando de asimilar los efectos de un increíble milagro. Fue un momento de emoción, de triunfo, de grandeza, resultado de una mente positiva, sin límites. Alguna vez había caído y probado el polvo de la desgracia, y ahora se levantaba y se erguía, sostenido por una gran Fe y por su inquebrantable deseo de levantarse y caminar. Un Milagro Ese día Élder Alcantar nos enseñó a ponernos de pié, a dar pasos seguros y por un momento nos acercamos a la misma exaltación; Nos enseñó que quedarnos sentados sólo es cuestión de una actitud de derrota y mente frustrada. Regreso a su casa hasta el término de su Misión de dos años. Regresó caminando, tal y como había convenido con nuestro Padre celestial; él le sirvió haciendo una excelente Misión y a cambio recibió la fortaleza y la bendición para ponerse de pié y caminar. En la actualidad camina, aun ayudado por su barandal Tiene un taller mecánico y repara autos, maneja su propio vehículo adaptado a su condición y lo más importante es que está casado y tiene dos hijos, su tierna esposa es un ángel, y forman una hermosa familia Cuando le recuerdo y platico de él, la voz se me ahoga y mis ojos me traicionan húmedos, mi espíritu se eleva y en silencio agradezco por la oportunidad de haberle conocido y convivir con él y él haber compartido esa inolvidable experiencia. Para algunos, caminar también significa correr, brincar, subir, bajar y hacerlo con soltura y naturalidad, sin ningún problema Para Víctor Alcantar significa: Ponerse de pié y avanzar Fernando Dorantes 23 de Diciembre de 1994 (foto incluida "El milagro se dio")
Guillermo Ornelas Mora Mandar Mensaje
 
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